El caso de "¡Qué bello es vivir!"

La historia de "¡Qué bello es vivir!" con el dominio público tiene su miga...

 La historia de un buen hombre que es obligado al suicicio y ​​salvado por un ángel, mostrándole cómo hubiera sido el mundo si él no hubiera nacido, fue, para Frank Capra, la mejor película que jamás había hecho. Además, para el director fue la mejor de la historia del cine. Así lo dijo, sin vacilación y sin falsa modestia. Más de 75 años después de su estreno, que se produjo en diciembre de 1946, no son pocos los que siguen dando la razón al italoamericano. ¡Qué bello es vivir! se celebra año tras año, pero sus tres cuartos de siglo han dado lugar a un mayor volumen de libros y a las más variadas celebraciones. Después de todo, ¡Qué bello es vivir! disfruta de esa alquimia mágica del viejo Hollywood en el que lo popular era también sinónimo, salvo contadas excepciones, de valor artístico.

 La fama de este cuento navideño es responsabilidad de un hombre anónimo que olvidó renovar los derechos de autor en la década de 1970, por lo que la película de Capra pasó al dominio público. Los programadores de las televisiones decidieron que, dado que se emitía gratis, estaría bien emitirla en las fechas navideñas. Y así fue como una película que había pasado desapercibida en 1946, a pesar de ser el proyecto más personal de su director, se convirtió en un clásico navideño. O, mejor dicho, en la película de la Navidad, por encima de Solo en casa, Gremlins, Love Actually y un sinfín de otros grandes títulos.

 La película no lo tuvo fácil cuando llegó a los cines. Las fábulas de Capra, que llevaron a Juan Antonio Bardem a llamarle 'la abuela Capra', parecían no tener sentido en un mundo azotado por un holocausto, varios totalitarismos y una terrible guerra, la Segunda Guerra Mundial. Basada en el cuento El regalo más grande, ¡Qué hermoso es vivir! fue la primera película de la productora que Capra había fundado con sus amigos George Stevens y William Wyler. Los tres querían ser los dueños de sus carreras; ansiaban liberarse del yugo del magnate de turno que cigarro en mano les indicaba cómo debían hacer sus películas.

 Las cosas cambiaron mucho desde que Capra quiso llevarla al cine hasta que quedó plasmada en imágenes. Primero Cary Grant sonaba como protagonista, pero al final el estudio acabó decantándose por un James Stewart que no estaba muy convencido de volver a la actuación tras ser piloto en la Segunda Guerra Mundial. Fue Lionel Barrymore, el malvado Sr. Potter en la película, quien lo convenció de interpretar al bonachón George Bailey, el hombre cuya bondad mediría a los estadounidenses durante décadas. Al preparar la producción, Stewart se preguntó en voz alta si seguiría valiendo la pena actuar después de presenciar tanto horror. Barrymore lo miró a los ojos y dijo: "¿No es mejor entretener a la gente que tirarles bombas?".

 Aunque casi toda la película se rodó en un estudio de RKO llamado Encino Ranch, que hoy no es más que una urbanización de la que no queda ni un solo nombre de calle que nos recuerde que allí se rodó la historia de Navidad, Capra se inspiró en un lugar real. La base de su obra maestra estaba en una pequeña ciudad norteamericana donde cada año hay incluso un festival dedicado a ¡Qué bello es vivir!. Ya sabes, si tienes que honrar sus leyendas, los estadounidenses son los más expertos en hacerlo. La ciudad en cuestión es Seneca Falls, un lugar anclado en el tiempo y ubicado en el estado de Nueva York; un pueblo que parece anclado en la mágica y tradicional Norteamérica de los cuadros de Norman Rockwell. Aunque nunca se confirmó, Capra hizo un viaje al pequeño pueblo justo antes de comenzar a filmar su obra magna. A mediados de la década de 1940, Seneca Falls era una ciudad con las mismas farolas de globo que se ven en la película, el mismo puente en el que George casi se suicida y la misma mediana a lo largo de parte de su calle principal. Su típica arquitectura norteamericana también parece perfectamente plagiada en los espléndidos y gigantescos decorados de la película. Jack Ockey, el director artístico de la película, reutilizó, por ejemplo, la magnífica mansión de los Amberson en El cuarto mandamiento (1942) de Orson Welles, también rodada en Encino Ranch.

 Rodada en el caluroso verano del 46, ¡Qué bello es vivir! incorpora una suma de innovaciones en varios aspectos. Los magos de los efectos especiales, por ejemplo, idearon una fórmula a base de espuma para simular nieve en el set mientras detrás de sus puertas la gente se derretía con las altas temperaturas. Navidad en julio, como diría Preston Sturges. Haciendo honor a uno de sus grandes axiomas, "Un hombre, una película", Capra dotó a cada uno de los personajes, incluso a los más secundarios, de alma propia. Entre los actores que interpretaron a estos personajes se encontraban grandes nombres de la industria: Donna Reed (Mary), Henry Travers (el ángel Clarence), Ward Bond (actor habitual en las películas de John Ford y taxista en la película), Beulah Bondi (la madre de George ), Thomas Mitchell (tío Billy), Gloria Grahame (la vivaz Violet), o el propio Lionel Barrymore (Mr. Potter) fueron intérpretes solventes, estrellas de pequeña escala.

 Con buenas críticas a sus espaldas, ¡Qué bello es vivir! obtuvo cinco nominaciones al Óscar poco después de su estreno navideño. No ganó ninguno de ellos. Ese año, los académicos optaron por Los mejores años de nuestras vidas y su sombrío retrato de soldados que regresan a su vida cotidiana después de experimentar de primera mano la Segunda Guerra Mundial. La taquilla tampoco fue muy boyante y Liberty Films, el sueño independiente de Capra, acabó desapareciendo como tantos otros grandes edificios de Hollywood. El tiempo, y algún buen ángel, quiso que Capra, James Stewart y Donna Reed, a quien en algún momento se culpó injustamente del fracaso del público, vivieran lo suficiente para ver la película convertida en un emblema tan navideño como el turrón.

Paramount recupera sus derechos

 Sucede que, en 1946, los derechos de autor tenían una duración de 28 años, prorrogables por otros 28 siempre que los legítimos titulares de los derechos hicieran los trámites correspondientes. Pero cuando llegó 1974, Republic Pictures (que, tras varios cambios de dueños, termina perteneciendo a Paramount Pictures) se olvidó de renovarlo, sacando al dominio público ¡Qué bello es vivir! en el mismo momento en que los canales de televisión comenzaban a crecer. El primero en transmitir la película cada vez que tenía un espacio de Nochevieja o Acción de Gracias para llenar fue TBS. En menos de dos años, todos los demás canales lo estaban haciendo.

 En principio lo hicieron porque era gratis -el dominio público cinematográfico no tenía muchas películas de calidad-, pero posteriormente, no sólo por eso. Ante el asombro de los programadores de televisión, la audiencia creció año tras año, convirtiendo la película en un ritual navideño. Cuando el mercado de videos domésticos explotó en la década de 1980, más de 100 distribuidores vendían la película en VHS y Betamax.

“Es lo más condenado que he visto en mi vida”, dijo el propio Capra a The Wall Street Journal en 1984. La película tiene una nueva vida y puedo verla como si ya no tuviera nada que ver conmigo. Soy como uno de esos padres cuyo hijo crece y se convierte en presidente. Estoy orgulloso pero el mérito es todo del niño”. Fue entonces cuando la productora que se olvidó de renovar sus derechos quiso recuperarlos.

 En 1993, una sentencia del Tribunal Supremo estableció que los titulares de los derechos de autor de una historia adaptada al cine adquirían determinados derechos sobre la película. Y Republic Pictures, que había comprado los derechos de "El mayor regalo", la novela original de Philip Van Doren Stern que inspiró a Capra, y los derechos de explotación de su banda sonora, aprovechó el precedente para retirar ¡Qué bello es vivir! del dominio público.

 El argumento de Republic fue el siguiente: si la película se basa en material que nos pertenece legalmente, entonces nadie debería mostrar la película sin nuestro consentimiento legal. Técnicamente, ¡Qué bello es vivir! sigue siendo de dominio público, pero para poder volver a ponerla en televisión habría que cambiar la banda sonora y cambiar la historia. O pagar la cantidad que Republic considere apropiada para el uso legítimo de su propiedad.

 Y así será durante las próximas décadas porque entre el estreno de ¡Qué bello es vivir! y hoy los derechos de autor han subido de 28 a 95 años. Gracias a la Sony Bono Act, aprobada por el Congreso de EE. UU. en 1998, las obras de 1923 pasaron al dominio público en 2019. Y la película de Capra volverá a la oscuridad, de la que accidentalmente surgió, hasta al menos 2041, a menos que la ley extienda nuevamente los derechos, una tradición que parece no tener fin...