Imprescindibles: "Las aventuras de Robert Macaire" (1925)

El célebre bandido Robert Macaire y su fiel ayudante Bertrand llegan a una nueva ciudad y comienzan a ejercer su oficio...

  A raíz de una obra de teatro del siglo XIX escrita por Benjamin Antier, la figura de Robert Macaire, bandolero y pícaro, gozó de popularidad en varios contextos. Uno de los tratamientos más detallados se puede encontrar en Las aventuras de Robert Macaire, dirigida por Jean Epstein, que la desarrolló en cinco episodios interrelacionados con continuación argumental.

Sinopsis

 Año de gracia de 1825. Los salteadores de caminos, Robert Macaire (Jean Angelo) y su fiel compañero Bertrand (Alex Allin) merodean por los caminos de Francia en busca de una oportunidad. Roban indiscriminadamente a un rico terrateniente y a un granjero crédulo. Pero Robert también salva a una joven en apuros, en este caso Louise de Sermèze, la hija del marqués de la región. En el castillo, fingió ser el vizconde de la Torre Macaire. Pero durante la noche del baile ofrecido en su honor, el lugar es rodeado por los gendarmes.

Crítica

 Esta película, la más larga de Epstein, se erige como un saludo a las series del cine francés de la década de 1910, especialmente las de Feuillade. Henri Langlois, legendario fundador de la Cinémathèque Française y un ferviente defensor de Epstein, consideró a Las aventuras de Robert Macaire como una obra maestra pasada por alto que capturó el espíritu del romanticismo del siglo XIX.

 Es uno de sus filmes más imponentes en cuanto a producción, con muchos decorados, vestuario en abundancia y una duración que se acerca a las tres horas y media. Una duración insólita que acercaría la película a la serie si en lugar de las cinco aventuras de Macaire se tratara de una única historia simplemente dividida en cinco capítulos ("Una noche extraña en la granja Sermeze", "El baile trágico", "La cita fatal", "La hija del bandido" y el final, que no lleva título). Las tres primeras partes tienen lugar en un corto período de unos pocos días, mientras que las dos últimas tienen lugar unos quince años después. Se trata, por tanto, de una historia muy clásica en su narración, la elipsis que separa la historia en dos bloques siendo una figura muy extendida en la tradición literaria de los relatos de aventuras, desde Don Quijote (a quien la película recuerda en algunos lugares) hasta Los Miserables.

 Es una película cómica y truculenta. Las expresiones faciales de Bertrand recuerdan a la tradición circense: Robert es el payaso blanco, el serio, y Bertrand es el Auguste, que hace todas las cosas estúpidas y literalmente no puede quedarse quieto. Todas sus intervenciones: romper platos, manejar peligrosamente una pistola, sacar una ristra de relojes del bolsillo frente a un gendarme, disfrazarse de mujer... desencadenan las carcajadas. La película está llena de humor constante, propio del género pero bastante exótico dentro de la filmografía de Epstein, utilizado para retratar toda la ironía de sus aventuras. Lo sentimos de inmediato: estamos a años luz del melodrama al que nos había acostumbrado el director.

 La fotografía es sublime. Pequeños torrentes bordeados de grava y dominados por un acantilado, senderos hundidos enmarcados por ramas que caen armoniosamente, puentes vertiginosos que cruzan un torrente, senderos que suben por una colina baja con una cadena montañosa al fondo, el cementerio, jardines franceses, el salón de baile, la escalera de doble tramo del castillo, el pasaje secreto... todas las decoraciones se utilizan al máximo potencial, con esos contrastes fuertes que históricamente le gustaban a Epstein. 

 A nivel narrativo, hay varios flashbacks o planos correspondientes a pensamientos de los personajes, anunciados por fundidos en la persona que piensa o habla, antes y después. El corte es muy inteligente, con planos que forman detalles de planos más generales, una división del espacio que a veces engaña un poco pero que es tremendamente efectiva, juegos con profundidad de campo muy adelantados a su tiempo.

 En términos de contenido, el filme es simplemente una novela picaresca que concluye con una oda a la amistad, lo mismo que la propia película: una verdadera declaración de amor al cine, un filme inteligente, estimulante, que lo tiene todo para desencadenar admiración.

 Con estas aventuras de Robert Macaire, Epstein logra redescubrir algo de la sensación de disfrute que se apodera del niño lector cuando se identifica con el héroe de una historia y comparte sus extraordinarias aventuras. A menudo hay en el cineasta este movimiento hacia la infancia, este intento de redescubrir y transmitir las sensaciones que lo abrumaron en ese momento, ya sea al leer una novela o cuando descubrió la costa bretona por primera vez. Es esta sinceridad y frescura la que, a pesar de su excesiva extensión y su clasicismo casi total, estas Aventuras... son, sin embargo, un verdadero placer para el espectador.

Trasfondo

 Después de películas exóticas (El león de Mongolia, 1924) y melodramáticas (Doble amor, 1925), Jean Epstein aborda -todavía bajo la égida de Albatros- otro género extremadamente codificado: el cine de aventuras históricas. A Epstein le encantaban las historias de Arsène Lupin y Fantomas cuando era adolescente, y poner en escena las aventuras del bandido Macaire es una forma de entrar en esta tradición de telenovela francesa. Así, dirige con evidente placer un guión de Charles Vayre, adaptación de varios episodios de L'Auberge des Adrets, una obra escrita en 1823 por Benjamin Antier y que ya había sido adaptada en parte por Méliès hacia 1906.

 Flota en el conjunto del film un aire de anarquismo a veces, en la burla del fanatismo, de la autoridad militar, de la burguesía y del patriotismo. El dúo no está exento de cierto estilo, hasta la secuencia final y tierna: los dos amigos envejecidos, en harapos como al principio, se roban el uno al otro antes de continuar su camino, riendo.

[📽 Ver película y su ficha]