Imprescindibles: "Berlín, sinfonía de una ciudad" (1927)

⭐ Documental de un día en la ciudad de Berlín, el ritmo del tiempo desde primera hora de la mañana hasta las profundidades de la noche.

 Walther Ruttman, pintor de profesión, rodó el documental Berlín, sinfonía de una ciudad ("Berlin: Die Sinfonie der Grosstadt"), a partir de de un guion suyo y de Karl Freund, que a su vez se basaba en una idea de Carl Mayer. Se trata de un film mudo, concebido para ser acompañado por una partitura de Edmund Meisel que estuvo desaparecida durante décadas y recuperado en 2007.
 Siendo narrativamente un documental, es también un filme muy elaborado y cargado de intervenciones del autor en lo estético: encadenados y otros efectos de truca se suman a una fotografía cálida en su blanco y negro y una diversidad de encuadres y movimientos de cámara, para mostrarnos una visión muy personal y muy moderna para su época. Estos juegos con la imagen suponen el valor que más ha pervivido de la película y por lo que se la considera precursora de otros filmes, marcando un hito como aportación experimental.

Sinopsis

 Documental sobre la rutina diaria de la metrópolis de Berlín a finales de la década de 1920. Alemania estaba terminando de recuperarse de las peores consecuencias de la Primera Guerra Mundial, la gran crisis económica aún estaba a pocos años de distancia y Hitler aún no era un problema en ese momento. Berlín era la ciudad más cosmopolita de Alemania y, junto con París y Londres, era el centro cultural de Europa.

 La película se divide en cinco actos que van surgiendo según los momentos del día y éstos, a su vez, se segmentan en bloques. Cada uno de estos episodios muestra un ritmo diferente, al igual que lo mostraría cualquier metrópolis según las horas a las que nos acercásemos a ella

Crítica

 Berlín, sinfonía de una ciudad es una película brillante que ofrece un sorprendente panorama de la vida cotidiana en el Berlín de los años veinte. El espíritu de esta película es capturar de manera integral una ciudad, tanto como sea posible, el objetivo es dejar una impresión de la vida cotidiana en una ciudad. En cierto modo se remonta a la teoría del montaje soviético. La película sirve como una especie de cápsula del tiempo que nos permite vislumbrar la vida cotidiana en la Alemania de Weimar, entre guerras y poco antes del terror del nazismo.

 Se podría decir que la protagonista de la película no es otra que la ciudad de Berlín, pues el documental no se centra en ningún individuo concreto. El autor elige mostrárnoslo todo a través de un personaje múltiple que se divide en cientos de ciudadanos, cuyos rostros se detienen unos segundos ante la cámara para quedar eternamente plasmados en el celuloide. La cotidianidad de los instantes reflejados nos hace pensar que conocemos bien a todos ellos, pues nos los encontramos en situaciones en las que nos podríamos ver nosotros mismos un día cualquiera. Ruttman desindividualiza, pero no despersonifica. La cuidad, paradigma de la modernidad, aliena a estos seres de los que sólo se nos ofrecen primeros planos para mostrarnos su angustia.

 Su enfoque intensamente vigoroso del ritmo visual, su fascinante control formal, su vigorizante uso de la doble exposición y los cortes de salto siguen a los anteriores trabajos animados del director Walther Ruttmann y anticipan la muy elogiada El hombre de la cámara (1929) de Dziga Vértov.

 La película anuncia su intención de inmediato. Se abre con una toma de un cuerpo de agua en estado de flujo. No vemos ninguna sensación de orilla o muelle, ni animales ni barcos, solo el suave rebote de pequeñas olas. Esto da paso a la única parte animada de la película: parece ser una representación del sol naciente, pero está colocado en un bucle. En lugar de un evento, un proceso basado en la repetición acelerada de un rectángulo y un orbe luminoso que se tambalea eternamente. Más rectángulos que caen cortan directamente a las barandillas descendentes en un cruce de ferrocarril y estamos en un viaje en tren a ritmo pasado hacia la ciudad de Berlín.
 Ruttmann enfatiza el movimiento con un enfoque en las ruedas como la fuerza motriz del progreso y las carreteras como las que sirven para otorgar direccionalidad a ese progreso. Fuera de la ventana, los edificios y los patios de trenes pasan en revista. Hasta ahora no hay ningún signo externo de vida. No hay personas, no hay animales y, sin embargo, un conjunto de imágenes más vivo es difícilmente imaginable. Sabemos que estos edificios albergan seres humanos, que estos campos deben estar repletos de vida silvestre, pero todo lo que vemos son los mecanismos del tren y la evidencia de un movimiento inexorable. Si Berlín, sinfonía de una ciudad es, en parte, una meditación sobre el modernismo y una celebración de su eficiencia mecanicista, su tesis parece ser que el modernismo participa en la aceleración general de los procesos que informan a la naturaleza.
 Una forma de entender la película es verla como produciendo estados de flujo que refuerzan una ontología plana entre humanos, animales, máquinas, edificios, cuerpos de agua,... La noción de flujo aquí se aplica igualmente a la manera en que la película misma procede como un ensamblaje de planos. A medida que el tren se mueve, tenemos la impresión de aceleración, pero no es el tren en sí el que está ganando velocidad (al menos no perceptiblemente), sino que la tasa de presentación de las tomas aumenta. Todo se detiene relativamente una vez que llegamos a Berlín. Pronto se nos muestran planos estáticos de las fachadas de los edificios, destacando su frescura arquitectónica y placidez. Pero la cámara salta de una fachada a la siguiente: estas imágenes también crean un flujo.
 Los trabajadores fluyen a la fábrica, los clientes fluyen a las tiendas, los niños fluyen a los patios de las escuelas. La fábrica de bombillas es una serie de flujos que se entrecruzan, cortados sólo en la medida en que producen las bombillas de vidrio que fluyen de la actividad sin fin. El consumo de alimentos, el parloteo de los telefonistas y los monos que se pelean, el movimiento continuo del tráfico, todo está atrapado en el flujo. En este sentido, los críticos de Ruttmann tienen razón. El nivel de preocupación ontológica aquí no está en la escala de lo humano. Esta no es una película sobre humanos per se, ni siquiera sobre los habitantes de Berlín. Es una película sobre Berlín en su propio nivel ontológico como objeto compuesto.

 Esto es lo que caracteriza a Berlín, sinfonía de una ciudad como una "película de ciudad" y evita que ésta y otras películas de ciudad se reduzcan a un mero diario de viaje cinematográfico. El punto no es operar en el nivel de los componentes (como lo haría un diario de viaje), sino más bien tener una idea de cómo los componentes fluyen en el todo. No se trata de una deshumanización en el sentido peyorativo de los críticos de Ruttmann. La película no está pensada para estar al nivel del ser humano, sino al nivel de la ciudad, y la ciudad es más que sus diversos componentes, incluidos sus componentes humanos. La magia de Berlín es su capacidad para proporcionar una visión de las cualidades emergentes que hacen de una ciudad lo que es, más allá de ser un mero compuesto de los elementos dentro de sus límites geográficos.

Trasfondo

 Este filme ocupa un espacio crítico bastante disputado dentro de la historia del cine. Si bien no es la primera "película de la ciudad" o "sinfonía de la ciudad" (un relato fílmico no narrativo de una sola ciudad contado sin personajes, sin trama y, por lo general, sin intertítulos explicativos) —los críticos tienden a otorgar ese honor a Manhatta (1921) del pintor Charles Sheeler y el fotógrafo Paul Strand—, es quizás la iteración temprana por excelencia de ese célebre género que habita dentro de los intersticios del documental y la película experimental.

 Pero lo que lleva a los críticos al debate es el cariz político de la misma: mientras algunos pueden ver en ciertas escenas críticas políticas, otros simplemente ven la evasiva a este hecho y la muestra simplemente de la vida de la ciudad.

 Es por ello que el Berlín de Ruttmann ha sido continuamente evaluado y criticado por la forma en que trata la humanidad y las preocupaciones humanas. Incluso el guionista alemán Carl Mayer, quien desarrolló la idea de la película, abandonó el proyecto en protesta contra lo que consideraba la deshumanización de la ciudad y sus habitantes por parte de Ruttmann. Dada nuestra conciencia de la posterior asociación de Ruttmann con Leni Riefenstahl y el régimen nazi, tales críticas parecen mordaces y bien merecidas.

 El director, Walter Ruttman, fue un cineasta alemán experimental que realizó varias películas de vanguardia antes de completar su obra maestra. Después del ascenso de los nazis, fue al frente como fotógrafo, pero sufrió heridas que finalmente lo mataron. Hoy se le recuerda mejor por este filme: Berlín, sinfonía de una ciudad.

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